Ayer, gracias a la iluminación de Romina, volvimos a ver, sushi más nieto brut nature mediante, Night in Earth, una peli de Jarmusch del 91, a la que cité miles de veces cuando la conversación fue para el cine, las ciudades, LA, NY, Roma, y en especial Helsinki, y en un punto fue como un experimento sobre el paso del tiempo, lo que perdura, lo que cambia en forma irreversible, pero también una muy buena velada terrenal, un miércoles por la noche en el que nuestro hijo Tomás durmió al aire libre en un campamento escolar.
Y la verdad es que el resultado del experimento me gustó mucho porque por un lado hubo reafirmación del goce original, es decir, confirmé que parte de mi sensibilidad sigue intacta, especialmente frente a algunas escenas, y en particular en la maravillosa escena que protagonizan Winona Ryder y Geena Rowlands, en el primer episodio que transcurre en LA, cuando Winona, adolescente, baja el equipaje de Geena en Beverly Hills y le responde: no, no quiero ser en absoluto una estrella de Hollywood, yo tengo un plan y por ahora el plan marcha terriblemente bien, entonces cómo voy a tirar por la borda toda una carrera (la de taxista), mi sueño (ser mecánico como mis hermanos varones) y la paciencia en esperar EL HOMBRE de mi vida por una quimera como la actuación. Es una escena digna de Robert Walser y está bueno comprobar que en algún rinconcito sigue estando la misma química, el mismo brebaje, y que eso que fuimos resiste muy bien al paso del tiempo.
Por otro lado, inevitable, las pelis lentas y poéticas, que antes eran naturales experiencias de contemplación muy siglo XX, ahora naufragan en acantilados de inquietud o ansiedad y no resisten los hábitos de velocidad y de vértigo muy siglo XXI. Lo mismo se puede decir de ciertas partes excesivamente ingenuas del guión con las que la primera vez fui mucho menos crítico que ahora.
En fin, muy buena la velada, muy rico todo, y que se repita.
jueves, octubre 09, 2008
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