sábado, junio 03, 2006

infancia

En un cajón pintado de rojo había, hace ya 30 años, un supuesto hormiguero doméstico que inventé para causar impresión entre mis compañeros de grado. Pero cuando ellos venían a mi casa, las hormigas necesitaban descansar y lo mejor era hacer silencio, apagar la luz, y abandonar el cuarto.
La felicidad y la infancia son avenidas que se cruzan para que haya un punto de referencia al cual volver después de mucho tiempo.
Cada cual tiene su cruce: el mío es una mesa de ping pong desplegada sobre el living de un departamento que compartía con mi hermano mayor, a quince pasos de puerta de otro departamento donde vivían nuestros padres durante los años 70.
Las valijas Primicia se deslizaban veloces por el parquet plastificado y las corbatas y camisas volaban por el aire para poder empezar una serie interminable de diez o doce horas de torneos que sólo se interrumpían para ir a comer o tomar coca cola helada.
La felicidad es eso: foto o película, y nada más. Pero la felicidad que era sigue siendo y la avenida de la infancia quedó atrás, borrosa en el espejo retrovisor de la existencia que tratamos de crear.
Ahora es de mañana, y volvemos a nacer con el aire del otoño y el café que nos enciende luego de la ducha tibia y la crema de afeitar.
- Ah, estabas...dice Aurora, creí que irías a trabajar hoy, sabés

1 comentario:

Lan dijo...

Salud Dario!
Tanto tiempo!
Vagando por la web en busca de viejos conocidos me encontré con este blog tuyo.
Cómo estás? Y Romi? Y Tomás?
Hay otra crianza, cierto?
Abrazo!
Lan (Iván)