el sol entraba por el parabrisas, afuera hacía frío, era otoño, y pasaron dos minutos en completo silencio hasta que mi hermano mayor frenó, apagó el motor del auto, y respiré profundo antes de revolver en la bolsa de plástico en busca de las pelotitas más afelpadas y con más presión.
peloteábamos con atención y regulábamos muy bien el poco aire que nos iba quedando hasta que pasaron 49 minutos de los 60 previstos en el turno y mi hermano me dijo basta, no doy más, paremos acá, y empezamos a caminar lentamente hacia el banco de mitad de cancha en busca de toallas, agua fría y elongación muscular.
mientras me sacaba la remera, y me secaba la transpiración, mi hermano empezó a explicarme en qué consistía su nuevo puesto docente en una maestría de la universidad. Quedaba poca luz en la tarde, y quedaba poca gente en el club. Mi hermano acababa de tener hacía un mes y medio a su segundo hijo y la noche anterior casi no había dormido. Tenía 40 años, tenía más trabajo, y tenía más alumnos que el año pasado. Le pedí que intentara volver a jugar todos los fines de semana, así entrábamos en ritmo, y podíamos hacer uno o dos sets. Pero no era fácil encontrar el tiempo. Había que decir que no a muchas invitaciones, a muchas obligaciones, a mucha gente que esperaba poder conversar con él, consultarlo, seguir un tratamiento.
Le pregunté cómo se veía él, ahora, con los pantalones cortos, y la raqueta en la mano, durante los próximos 20 años, los años de la productividad definitiva, los años de dar todo lo que podamos dar al mundo, sociedad, familia, amigos, hijos, y hermanos.
Y se sobresaltó, se quedó casi paralizado, porque tuvo una sensación de vértigo metafísico cuando constató que los días pasan, las semanas se acaban, se evapora un mes tras otro, llega el fin de año, el comienzo del nuevo, y nuevamente pasa un día, se acaba una semana, se evapora un mes, y termina otro, el mismo, algún año.
Y reflexionó: después de sumar las horas de trabajo, las horas de estudio, las horas de atención a mis hijos, las de intimidad con mi mujer, las horas muertas del transporte, las del café de la mañana, me quedan quince o veinte minutos, y eso es todo, no hay más que eso, vinimos al mundo para eso, para lo que queda después de todo, al final, si hay tiempo.
domingo, mayo 21, 2006
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