Ambos, Krapsky y su esposa Anna, estaban sentados, uno enfrente del otro, en la mesa mejor ubicada de la terraza de un Bar llamado Amberes, con vista al océano. Anna jugueteaba con un enorme largavistas que estaba apoyado, fuera de su estuche, sobre el borde de la mesa de madera en la que había dos botellas de cerveza casi vacías. Mediante ese largavistas se podía distinguir el rostro e incluso los lunares y arrugas de todos los que andaban por la playa o hacían surf sobre las olas.
Era una agradable y calurosa tarde de otoño en Santa Barbara, la mejor estación, el mejor momento del año para sentarse en la terraza del Amberes.
Y Krapsky dijo: este es es el día más importante de mi vida.
Por qué -pregunto Anna- el más importante ?
Nunca hubo un día tan importante como hoy -respondió tajante Krapsky-. Ayer hablamos por teléfono casi veinte minutos. Sabés lo que son veinte minutos ? Voy a ir a visitarlo. Me pidió que por favor lo fuera a ver. A su casa, por la tarde. Qué tal estoy? Me queda bien la camisa ?
Estás extraordinariamente bien, dijo Anna.
De todos los escritores que Krapsky había leído, él era quien más ímpetu le daba para ponerse a trabajar. Ni los consejos de Rilke, ni el Diario de Kafka, ni los fracasos de Don Quijote, ni la melancolia de Emma Bovary podían equipararse a la motivación que él le provocaba.
Algunos, solía decir Krapsky, te conmueven o perturban tus sentidos, sí, por supuesto que sí. A veces es increíble el nivel de intensidad que podés tener durante días enteros con ellos. Algunos forman tu identidad como Kerouac o Miller. Pero él ...él es el mejor de todos.
No te parece que es inigualable ? -dijo Krapsky y Anna lo miró sin inmutarse-
Sos vos, le dijo, el que lo tiene que decir. Lo leí, lo leo a veces, pero leí más y mejor a otros. Leí mucho más Ford Maddox Ford, leí muchísimo más Fitzgerald. Y creo que El Gran Gatsby ...
Tomamos otra cerveza ? -interrumpió Krapsky- O preferís que vayamos a caminar por la playa ?
La verdad, dijo Anna, no estaría mal tomar otra cerveza.
Krapsky se relajó, sacó un cigarrillo, lo volvió a guardar, cerró los ojos, y se quedó callado durante cinco, diez, quince minutos.
Te parece -le preguntó Anna, quebrando el silencio repentinamente- que va a estar en su casa, esperándote, un día como hoy ? Todo el mundo sabe que él trabaja religiosamente de mañana, contesta cartas y se va caminando hasta que un amigo lo cruza y se sientan a tomar el primer daikiri de una serie que, según el día, puede ser larga o larguísima.
Me dijo, dijo Krapsky, así, textual: por que no viene mañana, cinco y cuarto cinco y media a casa ? Hay algo que quiero decirle personalmente. Lo considero una buena persona. Me gustaría poder confiar en usted. Me parece que usted tiene palabra.
Anna se sonrió y Krapsky la miró fijo antes de llevarse las manos al cuello para desabrocharse el último botón de la camisa y aflojarse con un tirón muy suave el nudo de la corbata de seda roja.
Me pregunto qué -preguntó Anna riéndose nerviosa, decepcionada- te habrá querido decir con eso de que tenés palabra ? Nunca te lo habían dicho. Cuando escuché lo que te dijo me quedé pensando en tu hermano. Estoy pensando en él ahora. Estoy pensando en Nick. Pensando que nunca fuiste a visitarlo. Yo estaba al lado tuyo cuando te llamó y escuché con total claridad y nitidez cómo le prometías que lo ibas a ir a ver como mínimo, y repetiste, cómo mínimo, una vez a la semana.
Eso le dije ? dijo Krapsky. Así le dije ? No. No puede ser.
Siempre te caracterizaste- sentenció Anna con amargura y resignación- por estar cerca de los poderosos. No tengo ninguna duda de que la basura esa de Brook lo odiaba a Nick más que a cualquiera de los chicos que alguna vez se le acercaban. Me pregunto cómo llegaron a Brook esos rumores de que Nick había violado una menor. Cuando uno tiene varios millones de dolares disponibles tiene que demostrar su inocencia porque, de por sí, ya es culpable de poder comprarlo todo.
No sé, dijo Krapsky, antes que que él me llamara me puse a hojear el Times para matar el tiempo. Y ahora, escuchándote hablar, recordé súbitamente lo que decía uno de los títulos de la sección de policiales.
Y qué decia ? dijo Anna.
Decía, dijo Krapsky, que habían asesinado a Brook mientras almorzaba en su casa con toda su familia. Algo muy fuerte. Un escándalo. Pero después sonó el teléfono, era él, y me olvidé completamente del asunto.
Hasta que él, dijo Anna, te lo volvió a mencionar.
De ninguna manera, se defendió Krapsky. Con él sólo hablé de búfalos, de chaquetas verdes, de sagacidad y de puntería.
Pobre Nick, suspiró Anna, me imagino cómo debe estar sufriendo cada minuto de encierro. Ojala pueda leer.
Después de todo, él es apenas un chico. Lo ves y no le das más de discisesis o diecisiete. Podemos tomar otra ?
Hace calor. Hace muchísimo calor. Hacía mucho que no tenía tanto calor.
Sí, dijo Krapsky, claro que podemos tomar otra.
Anna era alta, flaca, llevaba el pelo corto. Tenía ideas originales y tenía talento. Muchas veces, al principio más, después se fueron acostumbrando, sus amigos y conocidos le preguntaban por qué estaba casada con un tipo como Krapsky.
Anna bajó los ojos, agarró el largavistas, y empezó a enfocar hacia la playa. Ajustó el foco lo mejor que pudo.
Una chica caminaba sola, el agua le cubría los tobillos., cada tanto se detenía, clavaba los talones en la arena húmeda, giraba, miraba las huellas que había dejado impresas y seguía caminando. Un hombre de unos sesenta y cinco años leía una revista francesa sentado en posición yogui sobre una lona. Cabeceaba, se estaba por quedar dormido, pero sus ojos nunca dejaban de perseguir los caracteres negros sobre el fondo blanco de papel.
Creo que a él, dijo Anna, le va a resultar muy conveniente conversar con vos. Creo que no se va a aburrir para nada. Porque vos serás para él una persona sumamente útil.
martes, julio 04, 2006
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario