En un cajón pintado de rojo había, hace ya 30 años, un supuesto hormiguero doméstico que inventé para causar impresión entre mis compañeros de grado. Pero cuando ellos venían a mi casa, las hormigas necesitaban descansar y lo mejor era hacer silencio, apagar la luz, y abandonar el cuarto.
La felicidad y la infancia son avenidas que se cruzan para que haya un punto de referencia al cual volver después de mucho tiempo.
Cada cual tiene su cruce: el mío es una mesa de ping pong desplegada sobre el living de un departamento que compartía con mi hermano mayor, a quince pasos de puerta de otro departamento donde vivían nuestros padres durante los años 70.
Las valijas Primicia se deslizaban veloces por el parquet plastificado y las corbatas y camisas volaban por el aire para poder empezar una serie interminable de diez o doce horas de torneos que sólo se interrumpían para ir a comer o tomar coca cola helada.
La felicidad es eso: foto o película, y nada más. Pero la felicidad que era sigue siendo y la avenida de la infancia quedó atrás, borrosa en el espejo retrovisor de la existencia que tratamos de crear.
Ahora es de mañana, y volvemos a nacer con el aire del otoño y el café que nos enciende luego de la ducha tibia y la crema de afeitar.
- Ah, estabas...dice Aurora, creí que irías a trabajar hoy, sabés
sábado, junio 03, 2006
Suscribirse a:
Entradas (Atom)