miércoles, agosto 16, 2006

El Caso Testigo

La Cosa empezó en Buenos Aires con Krapsky, uno al que lo habían venido testeando desde los comienzos de la Segunda Fase del Proyecto. Pero recién al año siguiente terminaron de convencerse de que era el candidato indiscutible y una tarde de verano en el Laboratorio del barrio de Saavedra, cuando lo sometieron a pruebas que estaban prohibidas, Krapsky no opuso resistencia ni exhibió en ningún momento contratos firmados con anterioridad que lo exceptuaran de brindar servicios al Proyecto.

Las primeras horas en producción y el abandono definitivo a la realidad virtual fueron momentos terribles para él, y completamente agotadores, porque el tráfico de datos le daba cefaleas agudas y sobre todo no disminuía como estaba previsto que ocurriera. Era como si cada ejecución de un nuevo pensamiento invocador de referencias no se cerrara a tiempo y quedaran conexiones abiertas que no se resolvían hasta que su memoria de corta duración, ,a la que entrenó durante meses para adaptarse al sistema, colapsaba y había que reiniciarlo con shocks que sutiles pero implacables lo mellaban en su voluntad de sostenerse conectado.

Krapsky era un adolescente cuando ocurrió la primera revolución, que fue la de los servidores interconectados.
Anna, su novia, lo esperaba vestida y perfumada para el cine, el restaurant, el shopping, pero el rush o la crema se le empezaban a correr cuando las horas pasaban y las lágrimas impotentes le hacían admitir que la pasíon de Krapsky por las redes la dejaba completamente fuera de combate.

La segunda, la de la Bibliosfera, lo tomó desprevenido en sus noches adultas de insomnio cuando sus consultas eran respondidas con resultados cada vez más completos y las fuentes disponibles cada vez mayores.

Soy la persona indicada -dijo, cuando lo aprobaron en el Comité- para protagonizar la tercera revolución y estoy dispuesto a que mi cuerpo sea el campo de batalla de los incipientes procesos bibliomentales.

Krapsky, le dijo una tarde su cuerpoterapeuta, cuando accedo a tu vibraenergetica mi diccionario de conceptos me advierte claramente que algo "no humano" participa de tus atributos emocionales.

Faltaban diez días para comenzar el Proyecto y Krapsky abrió un mail al despertarse donde le sugerían unas vacaciones en Asunción, Paraguay.

Es el lugar menos interesante que encontramos para vos en todo el mundo -oyó que
le explicó segundos después la respuesta automática de su jefe inmediato-, y necesitamos que te reencuentres con tus verdaderos afectos antes de iniciar este viaje de ida sin retorno al que no sabemos si sobrevivirás.

Así que al día siguiente volaba en un boeing mal mantenido y con azafatas de carne a las que se les derramaba el café en uno de cada tres asientos pero más tranquilo por alejarse de Buenos Aires.

Krapsky no podía leer el diario, porque lo tentaba más poner en holopantalla sus invenciones, pero esto sería sólo hasta cortar amarras, luego no habría más diario y si hubiera, sería tambien inventado.

Son pocos los rastros que quedan ya de las primeras simulaciones, cuando el modelo aún estaba en etapa de exploración de diseño de interfaces, pero sirven para tener una impresión de lo que fue el proceso.

Lo que se planteaban los ingenieros en esos focus groups para definir los propósitos de la vida biosferica era deliberadamente paradójico y contradictorio, complejo y caotico, dado que esos eran los paradigmas dominantes de la época, y no como ahora que el descrédito los hizo parecer en desuso y mal vistos en cualquier Congreso de Bibliosferología Especializada.

Ejemplo de situación: cuando Krapsky volvió de Asunción le pidieron que vaya a un meeting en el que unos Maestros de Yoga le enseñarían a meditar junto con su pareja.

Lo que obsesionaba a los ingenieros era ka fórmula: la cita justa del libro justo en el momento justo de tu vida.

Esto se apoyaba sin dudas en la ideología turbocapitalista para la cual la aceleración era la flecha termodinámica y por lo tanto: para qué inducir a la lectura si podemos programar los efectos útiles o deseados en forma instantánea. Esto significaba que podían "editarse" las citas necesarias para que el cerebro las tuvierse a mano en las circunstancias previstas.

En este caso, lo que importaba era que Krapsky procesara la lectura de un tratado de Carl Gustav Jung sobre el matrimonio porque en él estaba contenido lo que Krapsky debía argumentar en la entrevista con los Yoguis.

Los Ingenieros programaban reglas pero los Semánticos y los Filólogos eran los que desambiguaban, contextualizaban, y aportaban los criterios de interpretación necesarios para que el marco textual fuese consistente. La experiencia que uno estaría inducido a tener debía responder a reglas pero ser a la vez lo suficientemente flexible como para ser compleja, emocional, cultural.

Krapsky ya sabía con anterioridad y había debatido acerca de este tema muchas veces en su vida, argumentando en contra y a favor del matrimonio "como institución" pero ahora la "simulación" incorporaba en su memoria un set de keywords basado en su propio "diccionario" -uno de los órganos del "cuerpo inteligente" que permitía que con su misma lógica Krapsky procesara el texto de Jung y dispusiera de él ,como quien entreteje refranes dentro de una charla, en la conversación con los budistas.

Lo hicieron pasar a la recepción pero Krapsky pensó que era hipócrita agradecerles y se quedó callado. Ninguno sentía ninguna urgencia por romper el silencio, de modo que todos aprovecharon para estudiarse y generar misterio. Enseguida, el Maestro Swami lo interrogó con firmeza sobre el experimento y por qué lo habían elegido y agregó: me han hablado de su talento para las entrevistas.

Krapsky sonrió: la referencia lo envalentonó y le vino bien porque se sentía muy apático.

Es hora de volver, le dijo al Maestro Swami, y me refiero a un regreso inmaterial. El Maestro admitió que Kraspky necesitaba volver y que justamente él estaba allí para ayudarlo. Krapsky volvió a sonreir, esta vez con una simpatía que parecía auténtica. Recordó mientras fingía estar tranquilo y confiar en él a un ex-amigo con el que viajaba todas las mañanas a las oficina en el microcentro dialogando al estilo socrático de los temas contemporáneos.